16.10.20

DONDE MUEREN LOS ELEFANTES


el río el río y los cauces

las esperanzas muertas

quien pudiera nombrar

la tristeza del agua

con los años


vengo hacia las costas

como los pájaros

como los peces

voy hacia el final 

como los elefantes


no tengo más certeza

que el equilibrio del agua

y la naturaleza pero jamás 

podré saber si duele


los árboles se hamacan

lentamente hacia la orilla

por el viento que comienza a soplar

y trae con él los nubarrones negros


voy hacia el río

mi pequeño lugar de pertenencia

la finitud me abre las puertas

en este intercambio


    estoy triste 

¿quién no podría estarlo?

y el río lo sabe en el silencio


el cielo sin embargo escucha

los desgarradores gritos

que lanza mi manada

se quiebra de dolor

al ver el escenario

y comienza a llorar

por la impotencia


27.3.20

Fin de año


Sobre la cocina, ya venida a menos,
se forman hileras de cuchillos, tenedores

platos y copas,canastas con frutas, 
verduras y pescado que amañan la mesa 
junto con la mujer que la prepara,
el año viejo se está yendo

se apaga como el sol en el atardecer
de éste, el último día.



Está por comenzar un año nuevo
y para el hombre que vive en esa casa

que tiene los pies sobre la tierra
después de tantos meses de trabajar el agua
con sus manos, después de tanto 
atar las cuerdasde los barcos, 
llega el ritual de vinos 
y cerveza, prepara lento el fuego,
acaricia las brasas con el atizador
para que largue calor a la parrilla. 


Mientras atomiza la carne
con dientes de ajos y cebolla
y a última hora lo barniza
con adobo de pimienta y sal
con suerte piensa, en el primer bocado
se desprenderá el sutil sabor,
que degustarán los comensales.


Los dos están felices,
parece a lo lejos
una verdadera fiesta,
un ritual de iniciación
que está anunciando
a Jano en las dos caras,
en este nuevo año gregoriano.


La cocina luce una preciosa
ventana de madera
y desde allí se puede ver
el mar, parece en calma,
tiene un yugo suave y lento
la vida a sus pies,
se aleja y se aproxima
de entradas y comienzos,
se puede ver desnudo,
azul, en el oleaje,
siempre sobre la arena. 


La mujer cuando lo mira
piensa en el mar como una vasta
planicie salada, 

que se adivina al amor de esperar
  los pescadores sobre los barcos
y en su preciosa hondura
tiene un lugar en el mundo,
ocupa un lugar en el mundo.


Con las manos pequeñas
y arrugadas,  que  ahueca
para formar un cuenco
levanta el agua,
enjuaga las verduras,
minuciosamente las limpia,
antes de cocinarla

mientras mira como cada día
 el sol caerse
          sobre el agua.

  Hace muchos años atrás
antes de este festejo
de fin de año
tuvo que trabajar
poner el cuerpo, 

el corazón, el alma
para poder cocinar  en esa mesa

compró la casa, la limpió,
barrió hasta debajo
       de la alfombra,
puso guirnaldas,
luces, las banderas, 

hizo con sus manos los adornos,
plantó en el jardín flores
        finas hierbas, 
verduras para las ensaladas,
y después de todo eso 
                cosechó.

Como si fuera poco,
llevó los hijos en el vientre
y luego con el dolor posible
o imposible a cada uno
de ellos, los parió.


Entre los dientes
y en el sollozo
eligió y pronunció
cada uno de los nombres,
les dió con sus pechos
de comer,
les dió en la boca
de comer,
con hilos y retazos
les construyó la ropa,
les enseñó a hablar,
a nombrar, a caminar,

y amar,
los educó con una vara
de almendro en la dulzura

 (le gusta
pensar a ella)
les mostró el equilibrio 

             del bien
        y del mal 

y prefirió corderos. 

Les habló con el amor 

que solo una madre, 
puede hablar,
les dijo de la luz 
         y oscuridad
del perdón 

         y otra mejilla,
   de las personas
que no necesitan un motivo
para la maldad,
el motivo mismo 
     es el de ser malos.

Los educó amorosamente
 para que fueran libres. 

Cuando se enfermaron
le pidió a San jorge
para que los defienda
y a San Pantaleón
para que los sanara.


Rezó por cada uno de ellos
durante cada noche
desde sus nacimientos. 


Son sus corderos
y a Dios lo que es de Dios
es lo que piensa.


Ahora son los comensales,
la cantidad de platos en la mesa,
las laboriosas envolturas
de los regalos,
la preciada visita
que comerá la carne marinada 

y beberá cerveza.

Ya no hay excusas,
la casa está añeja,
toda la riqueza está servida
como un lujoso banquete
sobre la mesa
       para los hijos,
para los corderos de Dios,
para los hijos de Dios,
pero hoy serán,
      los comensales.


Después de cenar y beber
 la tibieza del amor simple,
se escucha la voz de la mujer
que grita: 

      ya casi son las doce,
ya son las doce en punto 

             de la noche,
hace sonar una campana

y trae los regalos,
el hombre se emociona
descorcha un nuevo tinto
y habla de esas uvas,
junta las copas, las cuenta
como si fueran toda su fortuna.


Un año nuevo comienza
 el mar se hizo más viejo, 
desnudo en el oleaje,
y todos saben en esa casa 
que la arena, sola,
    lo sostiene.

22.3.20

La claridad del patio






El chaparrón del tiempo
abre la ilusión de la semilla,
comienza la raíz a atornillarse
en esa tierra verde del jardín.

Se esparce néctar por el aire,
robándole profundo una sonrisa.
Enjambres de abejas asisten,
a la fotosíntesis en todo su esplendor.

El jardinero mira de pie su creación,
acaricia los pétalos y tararea todavía
una canción sobre el calor del sol.


Más tarde, la flor sacudirá perfume
de pistilos como en un cuento de hadas,
el mundo será pura belleza sobre un patio,
la claridad infinita centellará la casa.