19.3.25

 

Acomodó la llave en el picaporte, asegurándose de que quedara en el ángulo exacto. Luego fue hacia el balcón y lo vio irse.

Volvió adentro y cerró la puerta con suavidad. Se sentó en la silla del comedor, con las manos sobre las rodillas. Recorrió la mesa con la mirada. Todo estaba en su sitio.

El mate preparado sobre la mesa.

La yerba levemente corrida. La bombilla recta.

La llave en su lugar.

Comenzó a contar.

Uno.

Dos.

Tres.

Diez.

Veinte.

Cuarenta.

Respiró hondo. Él volvería. Tenía que volver.

Así había sido la última vez.

El silencio la envolvió, pesado, conocido. Todo estaba bien. Todo estaba alineado.

Uno.

Dos.

Tres.

Diez.

Veinte.

Cuarenta.

Pero entonces, sin querer, su pierna comenzó a moverse. Un temblor, arriba, abajo.

El aire se espesó.

Se quedó helada.

No.

No.

No.

Uno.

Dos.

Tres.

Diez.

Veinte.

Cuarenta.

El mate sobre la mesa.

No.

No.

No.

No, no, no.

Algo se había roto. Algo que no podía ver. Revisó el celular.

Uno.

Cinco.

Cuarenta.

Cuarenta otra vez.

No.

No.

No, no, no.

El pecho se le cerró de golpe.

Se inclinó hacia adelante, tragó aire, pero el aire no bajaba.

Un sacudón.

No, no, no, no, NO.

La pierna tembló otra vez. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo.

Lo arruiné. Lo arruiné. Lo arruiné.

El mate sobre la mesa.

El picaporte demasiado lejos.

Él no volvía.

Se agarró las rodilla con fuerza. No, no, no.

Mañana.

Mañana.

Mañana lo haría bien.

Mañana él volvería.

Mañana.

Mañana.

Mañana.

Nada muere. Todo cambia de forma (y al final, probablemente, te reís)

  Nos pasamos la vida entrenando para cosas que nadie nos pidió: rendir, parecer productivos, tener éxito en algo que no entendemos del tod...