16.3.25

El Abrigo de mi Padre

 


Mi Padre nunca creyó 

en la pertenencia

 de las cosas.

Las cosas, 

decía, 

son solo el puente

 entre dos almas.

Yo lo vi sacarse la campera

 bajo la lluvia,

bajar del auto 

sin dudar,

y dársela a un hombre

 que buscaba en la basura,

como si el frío ajeno 

le doliera más 

que el propio.


Lo vi sacarse 

los pullovers,

uno tras otro,

como quien deshoja

 el invierno,

dejando su abrigo 

en manos ajenas

sin pensar 

en el siguiente frío,

sin miedo 

a quedarse sin nada.


Nunca le preocuparon 

las cosas,

porque él no se medía 

por lo que tenía,

sino por lo que podía dar.


Después de su muerte,

 tomé su acolchado,

un tigre hermoso 

impreso en la tela,

y se lo puse a mi hija.

"El abuelo te va a cuidar 

de noche", le dije,

y la arropé con su calor,

como si en la suavidad 

de esa tela

quedara aún su abrazo.


Pero lo extrañaba

 demasiado.

Lo extrañaba 

en los silencios 

donde su voz afónica

ya no estaba.

Así que lo cambié,

 y me lo quedé yo.


Cada noche me cubría

como si pudiera 

traerlo de vuelta,

como si el tigre impreso

 en la tela

ronroneara su recuerdo,

como si el peso

 del acolchado

sostuviera su ausencia.


Hasta que un día entendí 

su verdadero designio.

Las cosas solo viven 

si circulan,

si encuentran otro cuerpo

 que las necesite.

Así que tomé aire, 

apreté los dientes,

cerré los ojos 

y regalé el acolchado

 que más amaba,

ese que me dolió 

hasta el alma soltar.


Pero no lo perdí.

Porque en ese instante 

supe que mi Padre

no se había ido.

Que él no estaba en la tela,

ni en el peso del abrigo,

sino en cada gesto

en cada entrega 

sin medida,

en cada abrigo 

que aún sigue circulando,

como su memoria,

como su abrazo invisible.

Génesis

En el principio Digo, "principio" como si eso significara algo que uno pudiera señalar con el dedo en una línea de tiempo  —pero n...