Cuando las estrellas
se apaguen
—y se apagarán—
no habrá un estallido
ni un anuncio,
sólo un silencio nuevo,
como si el universo
por fin aprendiera a callar.
Vos y yo quizás
no estemos ahí,
pero alguien,
en algún rincón minúsculo
de lo que quede,
dirá,
"¿te acordás de la luz?"
como si recordarla
alcanzara para encenderla
de nuevo.
El problema
—me dirías
vos—
no es que se apaguen,
sino que no sabemos
mirar mientras brillan.
Y entonces,
cuando ya no estén,
vamos a jurar
que eran distintas,
que daban sentido,
que decían algo.
Tal vez siempre lo dijeron
pero hablaban
en un idioma
que no supimos oír
porque estábamos
muy ocupados
intentando parecer
normales.
Cuando las estrellas
se apaguen,
no habrá un fin glorioso,
sólo un eco de todo
lo que no dijimos,
y una sensación molesta
en el pecho
como cuando sabés
que deberías haber
llamado
y no lo hiciste.
Entonces
—si hay un
entonces—
no pidamos respuestas,
sólo que alguien,
en alguna parte,
vuelva a mirar el cielo
y diga sin miedo,
"yo también
me siento solo."