Nos pasamos la vida entrenando para cosas que nadie nos pidió: rendir, parecer productivos, tener éxito en algo que no entendemos del todo, pagar impuestos, la luz, el gas a tiempo. Pero no hay una sola materia que se llame “Cómo morir despiertos sin entrar en pánico” o “Cómo reconocer que sos alma y no currículum”. Y eso, si te lo ponés a pensar, es un descuido bastante serio. Sobre todo porque, nadie sale vivo de esta.
Porque morir —y esto no es una metáfora espiritual para quedar bien con los árboles— es, literalmente, nacer en otro plano. Uno donde no te duele la rodilla cuando cambia el clima, ni tenés que pensar en qué vas a cocinar otra vez, ni discutir con tu router porque el Wi-Fi no llega al baño.
Un plano donde, por fin, podés ver quién eras sin la interferencia de tus excusas, tu ansiedad, tu teléfono o tu necesidad de agradarle a gente que no sabe ni deletrear tu nombre.
Y ahí, en ese plano, todo se vuelve claro. No perfecto, no fácil, pero sí verdadero.
Porque te das cuenta, finalmente, que el amor no se perdió cuando alguien se murió, ni se rompió porque no funcionó, ni desapareció porque no lo supiste decir.
El amor sigue. En todos los planos. Incluso en el más desprolijo, en el más humano, en el que dijiste “ya fue” y no fue.
Y si esto te parece una locura, bueno, puede ser.
Pero decime: ¿no es también un poco loco vivir pensando que todo termina acá, donde a veces discutimos por quién lavó el plato, y otras veces lloramos por no saber por qué estamos tristes un martes a la tarde, mientras se te quema el arroz y Spotify o YouTube te mete propaganda en medio de la playlist triste?
Morir no es dejar de existir. Es dejar de arrastrar este cuerpo lleno de claves Wi-Fi.
Es sacarse la mochila. Es nacer de nuevo en un plano donde ya no necesitás dormir para soñar, ni hacer ayuno intermitente para sentirte liviano.
Y ahí están los que amaste. Sí, incluso esa persona que no sabés por qué te marcó tanto, aunque apenas hablaban.
Y también están los que no supiste amar bien —pero ahora, por suerte, podés verlo sin miedo.
Y no hace falta que te conviertas en un monje zen ni que dejes todo para irte al Himalaya. Podés empezar ahora. En pantuflas. Con un poco de miedo, con dudas, con ojeras y sin mate.
Podés despertar en el momento exacto en que dejás de querer tener razón. O cuando, sin querer, ayudás a alguien sin contárselo a nadie. O cuando sentís que no entendés nada, pero igual decís gracias. Porque eso también es sagrado. Y no engorda.
Despertá. Salí del plano bajo. Del chisme. Del juicio. De lo que dijeron de vos. De las cosas que creíste que necesitabas pero que solo te pesaban. Porque como dijo Borges: “Las cosas no saben que uno existe.”
Lo más difícil en estos tiempos de ruidos es estar presentes. En vez de correr, abrí los ojos. Porque en realidad, no nos preparan para estar conscientes. Nos distraen. Nos duermen. Nos llenan de tareas, de listas, de compras, de ofertas en cuotas.
Pero despertar no es tan complicado. Empieza así:
No hagas daño. Y no tendrás que juzgarte. Amá, y serás amado en todos los planos.
Perdoná. Pero sobre todo
aprendé a amarte y a perdonarte.
Porque sólo así, los demás también podrán hacerlo. Y podrás mirarte al espejo sin negociar con tu reflejo.
Y sí, a veces da miedo. No entender nada. Sentirse solo. Sentir que no llegás. Que la vida va demasiado rápido y vos todavía no entendiste ni el instructivo básico.
Pero igual ya estás acá. Y eso ya es un montón.
Capaz el alma no necesita retiros espirituales, sino aprender a decir “me equivoqué” sin perder el Wi-Fi.
¿Y si despertar fuera tan simple como no responder ese mensaje que sabés que no va a terminar bien?
Así que sí. Morir es nacer en otro plano. Uno mejor. Uno donde no necesitás hacer esfuerzo para amar, porque el amor es lo único que queda.
Y todo lo demás —los trapos, los enojos, el chisme, el impuesto vencido, el grupo de WhatsApp del consorcio— simplemente… se disuelve.
“Yo soy el Alfa y el Omega”, dijo. El principio y el fin. Y también, un poquito el medio. El que está mientras lavás los platos y pensás; Bueno igual gracias.
Y si leíste hasta acá, quizás ya empezaste a despertar.
Y si no, no pasa nada. Hay más vidas. Y café, mates, libros, música, paisajes para subir el target o la puntería.
Lo demás...Sí...
lo demás ya lo pensaste vos.