9.1.25

Lo que queda


La primera vez que lo vi,

estaba parado en un salón gigante,

con sus ojos hermosos,

como desorbitados,

mirando algo que nadie más veía.


No porque lo eligiera,

pero él estaba ahí,

como la piedra en el cauce

como la sombra en la pared

sin razón ni pregunta,


No porque no lo amara,

porque todo lo que amaba de él

era a él mismo.

Su forma de estar en el mundo,

su manera de existir

como si  le pesara el tiempo.


Me preguntaste ¿por qué él?

y no supe responderte.

Porque el amor no se explica

como el río no explica su cauce

como el fuego no justifica su ardor.


Me dejaste hablar y hablar (y hablar),

y en medio de mis palabras

deslizaste una sola frase:

—No me olvides—

Te contesté —Jamás—

Y seguí hablando de él.


Me pediste que no te olvide,

porque sabés que el amor crudo

el que no suplica, es lo único que salva

cuando todo lo demás se desvanece.


Nos enseñaron el amor así

como la herida antes de la cicatriz

como la certeza de que 

al final,

todo lo que se ama

se ama solo una vez,

y nunca de la manera

en que se quiso amar.


—Te dio ganas de ser él por un momento—

De sentir que alguien te ame así

y me dio pena.


Después seguí diciendo

del río que sigue sin nosotros.

del viento que mueve las hojas,

pero no vuelve sobre su sombra.

De la luz  que cae en el mismo ángulo,

sin urgencia,

sin memoria.

Y  de mí que sigo en pie

como si el mundo

todavía me estuviera sosteniendo.

Pero el mundo no sostiene a nadie.

Lengua Madre

 Imaginá esto, una mujer se sienta frente a una computadora vieja, en Colón, con un ventilador que hace un ruido que podría ser una vocal qu...