De los dos, uno.
No porque el otro se haya ido,
sino porque el río no guarda
la forma de quien lo cruza.
De los dos, uno.
No porque el amor se acabe,
sino porque el viento,
al tocar la hoja,
ya no es el mismo viento.
Nos amamos en el borde del tiempo,
como la luz que muere al nacer,
como el eco de un pájaro
que no sabe que canta.
No hubo más que lo que fue,
ni menos que lo que hicimos.
Y ahora,
el río sigue sin nosotros.
El viento dobla las ramas
como si nunca hubiéramos estado.
La luz cae en el mismo ángulo,
sin urgencia,
sin memoria.
De los dos,
uno.
De uno,
nadie.
Y sin embargo,
el agua, al tocar la orilla,
parece recordarnos.