El sauce no era un sauce,
sino la idea de un sauce,
flotando en la brisa como un pájaro sin nombre,
doblándose sin caer, cayendo sin romperse.
Era un sauce, sí, pero era también su sombra,
un eco de verdes apagados
que el viento intentaba atrapar con sus manos vacías,
un temblor en la tierra que no se dejaba tocar.
Dijeron la palabra árbol,
y el sauce se rió con hojas secas.
Dijeron la palabra raíces,
y el sauce soñó con agua que nunca llegaba.
Dijeron la palabra quietud,
pero el sauce escuchaba
el roce del mundo deslizándose sobre él.
Una noche lo vimos inclinarse,
como si la luna le hablara en voz baja.
O quizás solo oía lo que siempre estuvo allí:
el rumor de su propio olvido,
la voz de su propia forma disolviéndose en el aire.