Siempre en los hospitales,
como si mi designio fuera un poco eso
ser el bastón de alguien ciego,
la sombra de un cuerpo
que espera sin moverse.
Espero buenas noticias,
las imagino doblando una esquina,
entrando en la sala
pero el hospital no sabe de noticias
solo de voces que llaman,
de puertas que se abren y cierran.
El olor del hospital no es solo un olor.
Es un aire espeso que no se va,
un color sin forma,
el eco de un aliento cortado,
el alcohol seco
evaporándose en el suelo.
Las luces blancas no son blancas.
Son la ausencia de sombra,
el reflejo de algo que no vemos
y todo lo que ocurre aquí
parece ocurrir siempre.
Los nombres flotan en la voz de alguien.
Números, papeles.
Yo adentro del hospital,
siempre adentro,
como si el aire de afuera
no existiera para mí,
como si mi cuerpo
hubiera sido hecho
para estos pasillos,
para este olor,
para esta espera.
Y cuando me voy,
si es que me voy,
el hospital sigue en mí.
El olor se adhiere a la ropa,
a la piel,
al pensamiento.
como un hilo invisible
como la sombra de algo
que nunca termina de irse.
Es una voz que nadie dice.
Es un pasillo sin final.
Es un nombre que llaman
y que, por un instante,
creo que es el mío.