Un cangrejo,
dicen, nacido bajo el signo de
Cáncer,
camina hacia atrás,
no por temor,
sino porque el pasado lo llama
como siempre ha sido.
La arena lo guarda,
le ofrece un refugio,
una página en blanco
donde su sombra escribe.
Dicen que llora,
pero no rompe el silencio.
Es un susurro que sube y baja,
una marea que lo abraza y lo
suelta,
como siempre ha sido.
La luna lejana,
parpadea entre sus grietas,
dejándole un peso que no eligió.
Su caparazón,
dicen, es una mentira amable.
Por dentro, solo agua,
agua que tiembla en la
oscuridad
esperando desbordarse,
como siempre ha sido.
Cuando retrocede,
no huye.
Es un baile con la memoria,
un ritmo que talla ausencias
en la orilla del tiempo.
Dicen que están solos,
pero en sus pinzas
llevan fragmentos de mar,
ecos que no se apagan,
restos de luz que tiemblan al
caer.
Bajo el cielo,
el cangrejo avanza hacia atrás,
y el agua,
que lo entiende todo,
lo envuelve, lo borra,
y lo deja ir,
como siempre ha sido.