La gente romantiza demasiado las cosas.
Un pájaro se mete en un charco y, en lugar de asumir lo evidente—que el animal probablemente pasó media mañana caminando por un basurero y ahora está intentando quitarse el olor a muerte y desesperación, alguien decide que esto es una metáfora de la pureza, de la libertad, de la resiliencia del espíritu humano frente a la adversidad.
Claro que sí.
Y ahí va el poeta, escribiendo con los ojos húmedos sobre cómo el pájaro nos recuerda que siempre podemos empezar de nuevo, que la vida es un ciclo de renovación, que incluso en la tormenta hay belleza.
No, No. El pájaro tiene mierda en las patas y no quiere que se le pegue a las plumas. Eso es todo.
Pero no, la gente no puede aceptar que las cosas son solo lo que son. Necesitan simbolismo. Necesitan significado.
Un río no puede ser solo un río. Tiene que ser el tiempo que fluye, el amor que se va, la infancia perdida, la certeza de que algún día miraremos atrás y nos daremos cuenta de que ya no somos quienes solíamos ser.
Una silla vacía no puede ser solo una silla vacía. No. Es una ausencia insoportable, una espera eterna, el eco de un adiós que nunca terminó de decirse.
Un café no puede ser solo un café. No. Tiene que ser el otoño hecho líquido, la tristeza encapsulada en una taza, el último refugio de un alma atormentada por el peso de su propia existencia.
Y ahí está el problema.
Nadie quiere un poema sobre la grasa flotando en el agua de la bacha, aunque la forma en que se mueve con la luz es infinitamente más interesante que cualquier metáfora sobre el paso del tiempo.
Nadie quiere un poema sobre el ruido espantoso que hace la heladera a las tres de la mañana, cuando parece que está planeando un golpe de Estado.
Nadie quiere un poema sobre el momento en que intentás abrir una bolsa de galletitas y, en lugar de abrirse prolijamente, explota como si la hubieras atacado con dinamita, y ahora tenés que pasar el resto del día encontrando migas en lugares inexplicables.
No.
Porque la gente no quiere realidad. Quiere romance. Quiere drama. Quiere pensar que la vida es una historia con moraleja, que el universo nos está mandando señales, que todo tiene un propósito oculto que solo los poetas iluminados pueden descifrar.
Pero acá va la verdad:
El universo no te está mandando señales.
El pájaro no tiene una lección para vos.
El café no es poesía. Es cafeína.
Pero claro, aceptar eso sería insoportable.
Así que sigo escribiendo poemas sobre cómo "el mar refleja la nostalgia de lo que nunca fuimos", mietras voy a seguir viendo cómo la grasa de la bacha cuando lavo platos forma pequeños remolinos cósmicos, dignos de una galeria de Arte moderno. Mientras me pregunto si alguien más lo nota. Pero bueno, que se yo.