Escuchabas esa canción
como quien intenta
comprender un idioma
perdido.
Un ramito de violetas, decías,
y yo no sabía si era para alguien
o simplemente flotaba,
como un recuerdo que no pide
permiso para quedarse.
El gatito parlante repetía su
letanía,
una y otra vez,
hasta que la melodía no era
música,
sino un espacio vacío,
un eco que caía sobre nosotros
como polvo en una habitación
cerrada.
No era amor,
era algo más antiguo
compasión tal vez,
o el roce de dos almas gemelas
que nunca aprendieron a
tocarse.
Eran vestigios,
pétalos arrancados por un
viento que ya pasó,
y aun así,
nos quedábamos ahí,
escuchando.
El ramito nunca tuvo dueño.
Era solo un intento,
un hilo frágil tendido entre el
silencio y el olvido,
y nosotros,
tan quietos,
dejábamos que todo pasara
como si no hubiera otra forma
de amar.
Las violetas
ya no eran más que aire
pero, por un momento,
nos pareció suficiente.