7.8.09

No era un animal lo que giraba



Eros da hilo al cabestro tejido de años luz,
brioso cuando el tiempo minúsculo corteja
una leve voladura bajo la curva aérea.


Filtra su llaneza en la palabra y de repente
navega al ras del reino etéreo y fugitivo,
tormenta fértil cuando acude instantánea
para encender mística su orilla, designios
que anida todo o nada en su profundo mar.


Quizás el amor los hace indignos de aquella
vertiente pura donde chispean aún acertijos,
felicidad a medias, poniente de sonrisas,
diagonal de sueños, destinos, talismanes
sembrados todos de eléctricos instantes,
pasión que sólo dibuja aquel lenguaje.


Al aire voltaje alto, vestido mineral,
ardiente, regido por una gran legión
de guerreros con una insignia pura,
bebiéndose del cántaro su agua.


No era el movimiento de un caballo
montando bajo el bullicio sombras,
no, no era el animal lo que giraba
desterrado mezclándose en la luz
comiéndose de ella la mitad.


Eran iguales en bifurcación partida,
evocando la eterna lucidez de inmunes
constelaciones bajo los signos de agua.


Destinados a gozar, ser únicos de especie,
era amor del puro y no otra cosa lo que hacía
el milagro de los dioses pararse sólido frente
al tálamo desnudo del origen, regocijarse
acaso, hubiera sido esto en otro ocaso.


Geografía del deseo, albor de saberse
concretos al calor de aquel fuego sujeto
hacia la gloria, eje templado en espiral,
majestuosa danza de flechas arqueadas
que parecían rugir volcánicas
al son del brillo humedecido
en el galope izquierdo de un timbal.